La turbulencia que viene: un país dividido


Hugo Chávez tomó el poder hace 14 años, después de fracasar su golpe de Estado y pagar por ello poco más de dos años de cárcel. Lo indultó el anciano presidente socialcristiano Rafael Caldera, sin imaginar que estaba abriendo la puerta al hombre que mandó al baúl de los recuerdos el bipartidismo criollo.
Hoy lo sucede, contra viento y marea, Nicolás Maduro, su delfín, su predilecto. El nuevo presidente de Venezuela tiene ante sí un país partido en dos. Más allá de su potente discurso de asunción, Maduro enfrenta un panorama poco envidiable, polarizado y en vía de colisión.
País de pasiones infinitas, el discurso que rindió Maduro en la Asamblea Nacional fue fiel al espíritu de su predecesor, de su padre político e ideológico. Discurso macondiano –Macondo es América Latina y el Caribe–, lleno de emociones y sensaciones, de buenas intenciones y también de advertencias a quienes no están de acuerdo con el rumbo decidido.
Desde la distancia, da la impresión de que Chávez, “el comandante supremo”, no ha muerto. O de perdida, no lo dejan morir. Su omnipresencia supera sin problema la prueba del ácido. Tanto, que finalizada la ceremonia de asunción, el himno nacional que se escuchó en el hemiciclo fue cantado por el eterno Chávez.
Más allá de gustos y estéticas, Maduro afina su discurso a marchas forzadas. Cuenta a mediano plazo con el apoyo de las fuerzas armadas y de figuras clave del “chavismo sin Chávez”, como Diosdado Cabello, presidente del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) y de la Asamblea Nacional, controlada de arriba abajo por el chavismo.
Viene la revolución dentro de la revolución. Así lo dijo Maduro en su encendido y emotivo discurso. Fijó muy alta la ambición de su gobierno que comenzó el viernes 19 de abril de 2013: cero pobreza y miseria para 2019, término de su mandato.
Hombre hecho a sí mismo, alumno esponja allá donde le tocó vivir y trabajar, Maduro enfrenta también el reto de mantener unido al movimiento chavista, y no es poca cosa. De entrada poco más de 600 mil chavistas le dieron su voto al opositor Henrique Capriles en los comicios del domingo pasado; ergo, algo está fallando.
Apostó por el ejercicio de la crítica y de la autocrítica, pero el tiempo dirá si es retórica o praxis. Fustigó la corrupción interna –hay por ahí corruptos con boina roja– y remató afirmando que hay que construir “el modo de vida socialista”.
Tal vez por eso reivindica su pasado –soy el primer presidente obrero– y se enorgullece de ser “hijo del gigante”, vale decir, de Chávez. Y eso no es retórica. Así lo vive.
Vienen las turbulencias. Desde adentro y desde afuera. En tres años deberá hacerse un referendo revocatorio. Y en política tres años son nada. Maduro tendrá que acelerar con cuidado las reformas que el país necesita. Pasó de panzazo la elección que lo llevó al poder. Ahí está la advertencia… y el tamaño del desafío

Josetxo Zaldúa, La Jornada, 20 de abril.

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