“Bien dicho, Barack, bien dicho...”


WASHINGTON.— Apretando a uno de sus hijos contra el pecho, el cantante Stevie Wonder escuchó atento el alegato de Barack Obama a favor de los inmigrantes: “Nuestro viaje no está completo hasta que encontremos una mejor manera de dar la bienvenida a los esperanzados y luchadores inmigrantes que todavía ven en Estados Unidos la tierra de oportunidad...”. “Bien dicho Barack, bien dicho”, musitó Wonder mientras aplaudía y desplegaba una media sonrisa.
Rodeado por estudiantes, periodistas, artistas de cine, líderes sindicales, marines y un grupo de voluntarios que revoloteaban a su alrededor, Stevie Wonder se convirtió en uno más dentro de ese ejército de incondicionales que ayer hicieron acto de presencia para hacer suyo un momento de historia al lado de Barack Obama.
Apretujados todos ellos, a sólo unos escasos metros del presidente, la mayoría sincronizó sus movimientos mientras sacaban del bolsillo su cámara o su teléfono. Cuando el presidente Obama depositó su mano sobre las biblias que pertenecieron a Abraham Lincoln y a Martin Luther King, todos ellos quedaron suspendidos en el tiempo mientras capturaban la instantánea: “Esto lo voy a poner en Facebook ahora mismo”, dijo con una amplia sonrisa un estudiante de la Universidad de Michigan, que formó parte de los ejércitos que pidió puerta a puerta un voto a favor de Obama.
A los pies de este selecto grupo de invitados, una muchedumbre se mecía de un lado a otro, entre cánticos y reiterados saludos al presidente. Desde una posición discreta, el ex Secretario de Estado, Colin Powell, contemplaba arrobado la escena mientras se escurría del grupo donde se concentraba un grupo de republicanos.
Desde lo alto, la totalidad del Congreso y los miembros del Tribunal Supremo, se ponían de pie y enchinaban los ojos para atrapar esa panorámica.
Darrel Issa, el poderoso presidente del comité de supervisión en la Cámara Baja, uno de los hombres que más trabajó para descarrilar los planes a la reelección de Obama, contemplaba desde las alturas el peregrinaje de ese ejército de incondicionales del presidente que ayer se disputaban un lugar en las faldas del Capitolio.
“Son muchos”, se limitó a decir mientras tomaba una instantánea con su Iphone.
Bajo un cielo nublado, que dejó traslucir los rayos de un sol mustio y cansino, el presidente Obama se mostró relajado mientras prestaba su juramento ceremonial.
Al lado del presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, Obama se limitó a pronunciar las 35 palabras que marcarían el inicio de su segundo mandato. La escena fue contemplada por algunos republicanos que le aplaudieron mecanicamente mientras le sonreían de forma impostada.
Ante todos ellos, Obama empujó ayer la rueda de la historia, al exigir a sus ciudadanos ajustarse a la nueva realidad de un país que debe encontrar un mayor equilibrio en sus finanzas; mayor equidad y menos discriminación para sus ciudadanos y un lugar para ese ejército de millones de indocumentados que ayer se hicieron un lugar en el mensaje que marcó el inicio de su segundo mandato.
A diferencia de hace cuatro años, el frío de ayer fue menos inclemente. A pesar de ello, la mayoría llegó abrigado hasta las orejas.
“Nosotros llegamos desde las 6 de la mañana. Venimos desde Arizona y no queríamos perdernos la toma de posesión del presidente Obama. A diferencia de hace cuatro años, hoy tenemos un presidente que ha demostrado que ha sabido estar a la altura de las circunstancias”, aseguró Pascual García, un padre de familia estadounidense que viajó en compañía de sus dos hijas.
Tras el fin de la ceremonia, miles de ciudadanos se dispersaron. El ánimo de participación, en una fiesta que incluyó un desfile y que culminó en la noche con dos bailes de gala, marcó el inicio de un segundo mandato lleno de expectativas.
Jaime Hernández corresponsal, El Universal, 22 de enero.

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