Relata Íngrid su vida en la selva

PARÍS.— A poco más de 15 días de su liberación, Íngrid Betancourt es como un bebé que se sorprende de cosas simples. La ex rehén trata de readaptarse a la vida cotidiana.
Luego de vivir casi siete años atada a un árbol varias horas del día, de dormir en el piso sobre un plástico y estar encadenada en las noches junto con otros rehenes de la guerrilla colombiana de las FARC en la selva andina, a Betancourt le impresionan estos días que ha estado en los mejores hoteles de París.

“Hay cosas pequeñitas impactantes, como que me duché; el agua caliente sobre el cuerpo, después de siete años de agua fría, fue fuerte. Una cama con almohada, con sábanas con cobija, curioso...”

Dice que desde que fue liberada come de todo; nada le hace daño y que restablecer los códigos de amor con sus hijos ha sido fácil y rápido, pese a que “uno deja unos niños y se encuentra con adultos”.

Trata de que en la selva se queden todos los horrores que sufrió: “Yo no quiero traerme todo eso que vivimos; lo feo que pasó allá se quedó”, pero recuerda lo duro que fue el cautiverio siendo mujer.

“¿Ser mujer? Es muy difícil ser mujer en la selva. Entendí por qué algunas mujeres de religión musulmana les gusta estar tapadas con velos y hasta el suelo cubiertas; porque hay miradas de los hombres que para uno son ofensivas”, dijo.

“Yo creo que los muchachos entendían lo difícil que era para mí y se volteaban. Guardo mucho respeto a los policías y militares que convivieron conmigo en el cautiverio, porque fueron mi familia y me protegieron y ayudaron”, añadió Betancourt y prometió no descansar hasta liberarlos.

“No me voy a cortar el pelo hasta el día que el último de los secuestrados llegue a casa, quiero marcar el tiempo de ellos como marqué el mío.”

Adriana Valasis, El Universal, 20 de julio.


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