Es una nueva etapa en todo, no sólo para los empresarios colombianos que respiran tranquilos, sino para un Chávez que no viene justamente ahorrando esfuerzos en modificar su discurso, sus guiños políticos y su reconstrucción de un poder dañado desde la derrota electoral de diciembre pasado.
Desde marzo, cuando ordenó el despliegue de tropas a la frontera con Colombia, luego de la muerte del líder de las FARC, Raúl Reyes, en territorio ecuatoriano, el presidente venezolano viene de desandando alianzas.
Primero dejó solo al presidente de Ecuador, Rafael Correa —luego de impulsarlo a romper relaciones con Bogotá— durante la Cumbre de Santo Domingo, donde había comenzado a descongelar las relaciones con Uribe. Después siguieron las declaraciones amistosas hacia Colombia e incluso hacia EU y luego la abierta toma de distancia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Es claro. Chávez tiene en noviembre un nuevo compromiso electoral y las encuestas no lo acompañan.
También comenzó una nueva etapa para Uribe, quien llegó a Venezuela con sus trofeos encima. Un Uribe ganador ante un Chávez de bajo perfil y que puede servirle como espejo a la hora de analizar la conveniencia de dar el paso que está por dar, lanzarse a una nueva reelección, aun cuando las credenciales que mostró ayer ante su “enemigo íntimo”, sean más que legítimas.
Eso contra lo que hoy lucha el venezolano, el descrédito y el hartazgo de vastos sectores sociales, es lo que suelen enfrentar muchos mandatarios cuando como Chávez, o ahora Uribe, se muestran vencidos ante los seductores vientos de la perpetuación. Y eso sí no tiene nada qué ver con una nueva etapa.
José Vales, corresponsal, El Universal, 12 de julio.
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